Situación sociopolítica de Marruecos frente a la inmigración de los moriscos (MARRUECOS 1)


Míkel de Epalza (1938-2008)
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos
Universidad de Alicante

Fragmento de su magnífica obra Los moriscos antes y después de la expulsión. Madrid, Editorial MAPFRE, 1994.











Situación sociopolítica de Marruecos frente a la inmigración de los moriscos

     Para comprender la llegada e instalación de los moriscos expulsados de España en 1609-1614, hay que tener en cuenta la situación de los países donde fueron acogidos. No se trata evidentemente de resumir una situación social y política compleja, heredera a su vez de una historia de muchos siglos de relaciones de las tierras magrebíes con la vecina Península Ibérica. Pero hay, especialmente en el caso de Marruecos, unos elementos claves que desempeñarán un gran papel en esa llegada e instalación de los moriscos o últimos andalusíes emigrados.


1. El espacio político marroquí. Las capitales
     Marruecos a principios del siglo XVII ocupa prácticamente el mismo territorio que el actual Reino en el siglo XX. Había heredado del mismo espacio geopolítico configurado o al menos esbozado por la dinastía idrisí en el VIII, alrededor de la ciudad de Fez. Este espacio había sido ocupado sucesivamente por diversas dinastías políticas, que tuvieron siempre a Fez como centro político decisor. Si almorávides y almohades crearon una capital al sur, Marrakech, ésta no será más que una segunda capital de un espacio marroquí que se extiende hasta la península de Al-Andalus y por casi todo el Magreb.
     Los últimos almohades, conscientes de la excentricidad de Marrakech en el conjunto de su amplio imperio, que iba desde Trípoli a  Zaragoza, iniciaron la construcción de una tercera capital, Rabat, que no pudieron concluir.
     Con las distintas dinastías post-almohades, del XIII al XVII (mariníes o benimerines, wattasíes o Banu-Abd-Al-Wadd, cherifes saadíes), Fez mantiene su protagonismo, sin que Marrakech deje por ello de ser capital.
     Cuando llegan los moriscos, Fez y Marrakech son ambas los centros políticos decisorios del país. A finales del siglo surgirá una cuarta capital imperial, Meknés. Las ciudades marítimas de Rabat-Salé y Tetuán serán los Puertos de Marruecos donde los moriscos tendrán un papel relevante (no hay que olvidar otros puertos marroquíes, además de los que portugueses y españoles mantendrán ocupados en el XVII: Melilla, Ceuta, Tánger, Arcila, La Mamora, Larache...). Rabat no recuperará un papel preponderante de capital efectiva hasta la ocupación francesa del siglo XX, que la preferirá a su vecina Casablanca (Dar-Al-Baida, antigua Anfa), la actual y real primera metrópoli marroquí frente a las cuatro viejas capitales imperiales, orgullosas de su título e historia.
     Esta enumeración de los principales centros urbanos de Marruecos es muy importante, porque al hablar de Marruecos en el siglo XVII hay que empezar por situar a las ciudades, ya que son ellas las que significan el poder político musulmán en el país. Lo demás es ruralismo más o menos integrado en un sistema social urbano que organizará o dejará organizarse el establecimiento de los emigrantes de Al-Andalus. Además, los moriscos se establecerán en su mayoría en las ciudades o en el espacio sociopolítico urbano del Magreb en general.


 2. Estructuras sociales comunes con los otros países magrebíes
     El Marruecos del siglo XVII, a pesar de sus especificidades, tiene una estructura sociopolítica bastante semejante a la de los otros países del Magreb que se mueven más en la órbita del poder otomano. Argel, Túnez y Trípoli son también ciudades que representan unos espacios sociopolíticos que corresponden a los actuales Estados de Argelia, Túnez y Libia (Libia es una denominación italiana del siglo XX).
     En realidad, a lo largo del siglo XVI se habían configurado ya los cuatro espacios geopolíticos de los cuatro estados magrebíes actuales. Esas cuatro ciudades-capitales y sus territorios correspondientes cubrían, con reajustes importantes, los tres principales reinos del siglo XIII herederos de los almohades: Fez, Tlemcén o Tremecén y Túnez, con sus ciudades a menudo independientes Trípoli, Bidjaïa (Bujía) y Constantina.
     Toda la baja Edad Media había presenciado unas relaciones de equivalentes características entre los tres reinos o sultanatos magrebíes y los poderes de la Península: la musulmana Granada, los reinos cristianos de Aragón, Castilla-León, Portugal y hasta Navarra. Y por lo que toca a la inserción de los moriscos, Marruecos y las «regencias» turcas de Argel, Túnez y Trípoli mostrarán semejantes estructuras sociopolíticas, a pesar de sus notables y evidentes diferencias.
     Entre los tres reinos magrebíes medievales (Fez, Tlemcén y Túnez), Marruecos tiene la especificidad —con incidencia en la acogida de los moriscos— de haber mantenido su independencia del imperio turco otomano de Istanbul, omnipresente en el Mediterráneo occidental desde principios del siglo XVI. Los demás reinos habían tenido que ir cediendo poco a poco a las presiones españolas, en la primera mitad del siglo XVI, hasta convertirse en protectorados más o menos manipulados por España, que llegaría a ocupar prácticamente todos los puertos magrebíes del Mediterráneo, desde Badis (peñón de Vélez de la Gomera) hasta Trípoli, terminales de desembocadura de rutas saharianas y magrebíes hasta el mar. Portugal se encargaría de ocupar los puertos atlánticos, a partir de Ceuta.
     Protectorados indeseados y ocupaciones estratégicas de puertos por parte de España provocaron una reacción conjunta paralela de los magrebíes. Mientras Marruecos encuentra fuerza para luchar contra el «infiel» enemigo, con una nueva dinastía de personajes religiosos, los cherifes (plural árabe: chorfa) saadíes y, ya en el XVII, los cherifes alauíes, el resto del Magreb se liberará de la ocupación española (menos en Orán-Mazalquivir) gracias a unos grandes marinos y políticos de origen foráneo (los Barbarroja, Dragut...), apoyados por los turcos otomanos de Istanbul. Argel, Túnez y Trípoli serán gobernoratos («regencias», vilayet) otomanos, más o menos dependientes de la Sublime Puerta o gobierno central otomano. En cambio, Marruecos mantendrá su independencia ante la doble presión exterior de los turcos de Argel y de los españoles y portugueses peninsulares.
     Se ha insistido mucho en la diferencia política que esta situación supuso para el ser marroquí. Conviene sin embargo matizar esta especificidad evidente de la situación política de Marruecos con la afirmación de que este país era fundamentalmente semejante al resto del Magreb, especialmente en sus estructuras sociales de acogida de los moriscos andalusíes, población alógena que iba llegando a lo largo del siglo XVI y especialmente en el éxodo final del XVII. Si bien disminuyen las fraternales relaciones medievales de Marruecos hacia el Este, entre Fez y Tremecén (fraternales quiere decir de intercambios y de guerras, evidentemente), se mantienen a lo largo de todo el período moderno, gracias a emigraciones del oeste argelino (Orán y Tremecén) tras las ocupaciones española y turca respectivamente, gracias al comercio marítimo con todo el Mediterráneo islámico, a la obligación musulmana de la Peregrinación a Oriente, a embajadas marroquíes diversas, a asimilación de técnicas militares y modas artísticas, vestimentarias y gastronómicas turcas, etc. Marruecos es independiente, pero no está aislado. El estudio de los moriscos de Marruecos lo demuestra claramente.



     3. Los moriscos en la política exterior marroquí
     Marruecos tiene un problema de «política exterior» común a todo el Magreb: defenderse contra la agresividad cristiana de españoles y portugueses. Por eso llevará adelante una política de solidaridad musulmana, hasta con Istanbul, sobre todo ayudando a los moriscos en España y facilitando su instalación en el Magreb, dándoles como objetivo prioritario en su nueva patria el defenderla de los cristianos. De ahí el insertarlos primero en las zonas costeras de primera fila de peligro, en los pocos puertos que le quedaban al sultán (Salé, La Mamora y la bahía de Tetuán), como ocurría en el resto de Magreb, donde los andalusíes se instalarían también en los puertos (Mostaganem, Cherchel, Argel, Bujía, Bona, Bizerta, Túnez, Trípoli, Derna, etc.) y sus aledaños. De ahí también el insertar a los moriscos andalusíes inmigrantes prioritariamente en el ejército de tierra y mar, como huestes necesarias para el reforzamiento político de Marruecos, al estilo de los turcos de Istanbul, donde los sultanes marroquíes Abd-Al-Málik y Ahmad Al-Mansur habían permanecido cierto tiempo en su juventud y de donde habían traído proyectos de reforma del ejército marroquí, que realizará el sultán Al-Mansur.

     Así se explica el que Marruecos confiara a los andalusíes gran parte de su acción marítima exterior. El acoso cristiano impone una política exterior uniforme en todo el Magreb, aunque la ordenación de los espacios político-estratégicos sea algo diferente. Marruecos seguirá teniendo sus capitales en el interior y no en la costa, como lo harían Argel, Túnez y Trípoli, por sus relaciones con Istanbul. Pero seguirá luchando por recuperar todo el cinturón de puertos, que disputará con suerte varia a españoles y portugueses. Los cherifes del siglo XVI (saadíes) y del XVII (alauíes), con sus auxiliares de diversas cofradías o grupos religiosos, darán a la política marroquí un marcado acento anti cristiano, patriótico y religioso a un tiempo, muy acorde con el sentir político-religioso de los moriscos.



     4. Los moriscos en la política interior marroquí. Elementos sociales
     En política interior, Marruecos ha heredado —como el resto del Magreb islámico— un sistema tradicional de gobierno, donde el que podríamos llamar «poder central» gobierna directamente sobre las capitales y sus aledaños e indirectamente sobre las confederaciones tribales locales de las zonas rurales. Este dominio indirecto o «eminencial» se ejerce por las expediciones regulares del ejército, que tiene por tanto unas funciones políticas y fiscales muy importantes, al igual que en los demás países magrebíes.
     Los moriscos se integrarán casi exclusivamente en el ámbito del «poder central», en el espacio político de las ciudades, y también como elementos de ese ejército interior que es instrumento de gobierno de los sultanes. Formarán cuerpos especiales del ejército marroquí, junto a otros elementos humanos de origen foráneo (europeos islamizados o elches, llamados en Europa «renegados»; negros sub-saharianos o abid; miembros de tribus que pagan en prestaciones humanas sus deberes fiscales de pleitesía al sultán).
     A finales del XVI, los sultanes marroquíes pueden pagar a estos cuerpos de ejército —siempre el problema político de las autoridades está en cómo financiar estos instrumentos de la administración central— con oro, abundante gracias a los rescates portugueses de la batalla de 1578, gracias a la restauración de rutas caravaneras al expulsar a portugueses de las costas meridionales de Marruecos, gracias a exitosas expediciones al sur del Sáhara y gracias a las relativamente cuantiosas exportaciones de azúcar a Europa y al sur del Sáhara.
     Por tanto, si se quiere hacer una estratificación socio-política de Marruecos que sea operativa para comprender la forma de inserción de los emigrantes moriscos, habríamos de contar con cuatro «estamentos» o sectores:

  1.     El poder central o sultaní, que acoge a los moriscos, les protege y les instala en función de sus intereses generales (defensa, ejército, política y comercio exteriores, enriquecimiento urbano, etc.). También pretende controlarlos en favor de intereses personales (en las luchas políticas de diversos pretendientes al poder) o cuando los moriscos tienden a una autonomía andalusí demasiado acentuada (en ciudades periféricas como Tetuán y Rabat-Salé).
  2.    En el ámbito urbano, los andalusíes tendrán intereses convergentes y rivales con otros «estamentos» sociales: los burgueses marroquíes, con los que se irán identificando en función de su antigüedad en el país y de su estado de arabización (en gradación de mayor a menor integración estarán los andalusíes de las emigraciones medievales; los del siglo XV-XVI consecuencia de la caída de Granada; los de las expulsiones de 1609-1614). Estos estamentos urbanos serán más fuertes en Marruecos que en otras ciudades del Magreb y manifestarán a veces cierta oposición a repartir el poder político, cultural y económico, como se notará en Fez Marrakech, Tetuán y Salé.
  3.    El ámbito rural, que llega hasta las puertas de las ciudades. Aquí apenas consta que se insertaran los andalusíes, porque es una sociedad local fuertemente estructurada, por confederaciones con rasgos de parentesco tribal, o por la acción religiosa de nobles (chorfa) dirigentes de cofradías. Sabemos de algún caso individual de andalusí que se hace aceptar como personaje religioso en el Rif, y podemos suponer que otros individuos o familias serían aceptados gracias al matrimonio con una marroquí local. Pero aquí la asimilación o es completa, con pérdida de identidad social andalusí e imposibilidad de formar grupo propio, o supone un rechazo tan total como eficaz por parte de la sociedad rural tradicional de Marruecos.
  4.    Finalmente, los andalusíes se insertarán, sobre todo al principio, como una categoría social de origen foráneo (en cierta manera con judíos, cristianos islamizados y extranjeros de paso). Es evidente que de todos esos «extranjeros» serán los más próximos a la mayoría de los marroquíes, por religión y por cultura. La mayoría de los descendientes de los inmigrantes, nacidos en Marruecos, en pocas cosas se distinguirán de los demás habitantes árabehablantes de Marruecos.
      Los andalusíes tienen en común con los judíos marroquíes la inserción urbana, con sus actividades comerciales, y el hecho de «ser diferentes» y hasta de origen hispánico, como algunos de esos judíos marroquíes. Pero las diferencias con la mayoría de los marroquíes de los andalusíes no son religiosas, como en el caso judío, ni las actividades de los andalusíes se limitan a lo comercial-artesanal, ya que abarca también el ámbito de lo militar y de la cultura árabe-islámica, vedadas generalmente a los de religión judaica.

     Al llegar los moriscos a Marruecos —y a todo el Magreb— se insertarán sobre todo con los europeos islamizados o elches (tradicional mente llamados «renegados», concepto cristiano que no debería utilizarse en la historiografía actual). Estos «trabajadores inmigrados» formaban en el Magreb una clase social muy importante, que prácticamente ostentaba el poder político en nombre de los turcos en las «regencias» magrebíes de Argel, Túnez y Trípoli. En Marruecos esta auténtica casta militar juega también un papel social importante, sobre todo en el ejército, la marina, el comercio exterior y su distribución interior.
     Los moriscos del siglo XVI-XVII, en una primera etapa, serán asimilados a este grupo social de musulmanes de origen extranjero y cultura europea. Pero así como los elches se mantienen como grupo específico extranjero, y por las nuevas aportaciones foráneas igualmente extraños en la sociedad magrebí, los andalusíes se van asimilando cada vez más a la sociedad árabe del Magreb, ayudados por los precedentes de los andalusíes medievales, perfectamente marroquinizados sin perder por ello la conciencia de su origen.
     Los moriscos de la primera generación de inmigrados del XVII tienen evidentemente un aspecto de extranjeros musulmanes o islamizados, y por eso se les verá a menudo actuando con los demás extranjeros, sea los islamizados que actúan en actividades militares y marítimas, sea de paso, como traductores y embajadores. Serán gente de frontera, también en Marruecos, instalados sobre todo en ciudades costeras (Rabat-Salé, Tetuán), como lo harán en el resto de las ciudades costeras magrebíes.

     Pero así como en Argelia, Túnez y Trípoli (hasta Derna, en la actual Libia oriental) los andalusíes costeros están junto a los centros de poder político, en las capitales costeras, en Marruecos están, geopolíticamente, en una zona intermedia entre las capitales del interior —Fez y Marrakech— y el extranjero —amigo, socio en negocio o enemigo—, simbolizado por el mar y las plazas españolas y portuguesas sobre tierra magrebí.
     De ahí las tensiones que los andalusíes comparten con los demás habitantes de estas zonas, periféricas del poder central marroquí y vanguardia de sus relaciones con el exterior. A esas tensiones de la «periferia» hay que añadir la constante presión rural sobre todas las zonas urbanas marroquíes.
     Esta situación dará a los andalusíes marroquíes, como a los demás andalusíes magrebíes, un carácter específico en la sociedad magrebí, sobre todo en el siglo XVII marroquí. Situados generalmente en la estrecha e influyente franja social costera, internacional y magrebí a la vez, cerca del poder central (corte, ejército, capitales), del mar y de sus ricas ciudades comerciales, en zonas de intercambios internacionales (entre musulmanes y con Europa), los andalusíes participarán de una sociedad musulmana internacional y politizada y de un arabismo abierto a corrientes magrebíes y orientales y a aportaciones europeas.
     Así puede esquematizarse —hay que repetirlo, a nivel operativo para comprender a los moriscos en el Magreb— la sociedad marroquí. Evidentemente, según los casos y las épocas hay una dosificación diferente de estos diversos elementos. Pero los encontraremos casi siempre juntos y diferenciados. Lo mismo podrá decirse, más adelante, de Argelia y Túnez, en que sólo cambiarán el matiz y la proporcionalidad —la dosificación, para expresarnos con más claridad— de esos elementos en función de su peso mayor o menor en una circunstancia socio-política concreta.

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