La huella agraria de los moriscos

LAS PROVINCIAS | VICENTE LLADRÓ | VALENCIA.


A menudo no damos importancia a detalles o hechos que, por cotidianos, nos parece que son de lo más natural, casi inamovibles, como si siempre hubiesen estado ahí. Por ejemplo, esos bellísimos bancales escalonados que nos maravillan, colgados en las empinadas laderas de las montañas y sujetos por increíbles muros de piedra seca. ¿Estuvieron siempre ahí? No, tienen unos cientos de años; fueron, como todavía se suele decir por los pueblos valencianos, obras 'de moros', de los moriscos, en tiempos de hambre y necesidad. Y hoy, superada en muchos casos su función de apoyo para cultivos, siguen cumpliendo un impagable papel medioambiental, frenando la erosión. 

Mª Ángeles Arazo, compañera en LAS PROVINCIAS, acaba de presentar un libro, patrocinado por la Conselleria de Cultura y Deportes, que profundiza precisamente en “La huella morisca en tierras valencianas”, con motivo del cuarto centenario de su expulsión (en 1609), y gran parte de esa huella es, naturalmente, agraria. En unos casos, huella de lo que fue un pasado esplendor, como el cultivo de la morera y la producción de seda, o la caña de azúcar, y en otros, huella bien palpable en la realidad diaria de la economía valenciana, como la naranja, que sigue siendo líder entre los sectores exportadores, y el arroz, gracias a cuyo cultivo se mantiene bien vivo el parque natural de la Albufera, así como una enorme tradición culinaria, o el gobierno de los riegos tradicionales a través de las acequias y de ese milenario Tribunal de las Aguas que es ejemplo para medio mundo.

Con profusión de fotografías hermosísimas de José Manuel Almerich, el libro cuenta que fueron los árabes quienes empezaron a extender el uso de cítricos, primero en aplicaciones terapéuticas y luego en funciones decorativas, para jardines, y habla de la herencia de Ibn al Awwän sobre técnicas de aclareo y otras labores para obtener buenas producciones de limones y cidros, las primeras especies en extenderse.

Camp dels Brahamons

Aunque el primer huerto de naranjos, plantado con criterios comerciales, no se hizo realidad hasta finales del siglo XVIII (lo plantó el cura Monzó en Carcaixent), lo cierto es que fueron los 'moros' y luego los moriscos quienes sentaron las primeras y necesarias bases. 

De igual manera trajeron los árabes el arroz, propagándolo desde la India, donde ya se cultivaba 3.000 años antes de Cristo. Y en tierras valencianas cuenta la tradición, según recuerda Mª Ángeles, que se realizaron las primeras siembras de esta gramínea en el Camp dels Brahamons, en la partida de la Socarrada de Sueca, de donde se fue extendiendo alrededor de los márgenes de la Albufera y más allá, en otros parajes donde se podía aprovechar para tal fin el agua de 'ullals' y 'aiguamolls'. 

Fueron obras árabes multitud de acequias para desviar parte de cauces fluviales y regar tierras fértiles. Muchas de ellas siguen vivas, como las de la Vega del Turia, al igual que multitud de conducciones en comarcas del interior, donde se desarrollaron, desde hace muchos siglos, pequeñas huertas allí donde era factible, conduciendo pequeños caudales de fuentes. Y el mismo origen tiene el Tribunal de las Aguas, aplicando una justicia rápida y eficaz, al estilo de lo que ya había probado su éxito en la administración de las aguas escasas en el norte de África y Oriente Medio.

Campos de moreras 

Hoy parece extraño que en Valencia llegara a haber multitud de campos de moreras, árboles que están hoy relegados a esporádicas funciones ornamentales, como también suena raro que hubiera viñas u olivares en áreas muy próximas al mar. Pero así fue, y multitud de nombres de lugares dan fe de ello. 

Los cultivos de moreras llegaron hasta tiempos más recientes y aún quedan cañizos en cambras de masías y casas de pueblos. Las hojas de las moreras alimentaban a los gusanos de seda, como sigue siendo hoy y casi todos hemos ejercitado de pequeños, y el aprovechamiento de la seda que forman los capullos de este insecto dio pie a un gran sector económico del que aún perdura hoy la tradición textil sedera.

La huella valenciana de los moriscos se plasma también en el esplendor de la apicultura, en la profusión de plantaciones de palmeras, así como en los dulces derivados (miel y dátiles). Y el cultivo de la caña de azúcar dio pie a emporios en La Safor, en Gandía y Oliva, algunos bajo el dominio de los Borgia, y luego se extinguió, como tantas cosas que se perdieron al ser expulsados los moriscos; una verdadera desgracia para la vida valenciana, según refiere Mª Ángeles.


No hay comentarios:

Publicar un comentario