Musulmanes y Tecnología Islámica en el Nuevo Mundo


Muslims And Muslim Technology In The New World
Escrito por Paul Lunde

Traducción del inglés: José Urbano Priego

Entre 1609 y 1614 unos 300.000 moriscos fueron expulsados de España. Éstos eran musulmanes que habían permanecido en el país —particularmente en Andalucía, Valencia y Aragón— después de la caída de Granada ante los cristianos en 1492. La mayoría eran artesanos y vendedores en los mercados agrícolas, cuyas huertas habían contribuido mucho a la prosperidad agrícola de España. Durante los 117 años desde la extinción del poder musulmán en la península, se promulgó por la Corona española un elevado número de leyes contra los moriscos, limitando su libertad de culto y su uso de la lengua árabe, vestimenta y costumbres. Inevitablemente sobrevinieron revueltas, en Granada y Valencia. Fue su empeño en ayudar a los moriscos implicados en una revuelta en esta última ciudad lo que trajo al almirante turco Kemal Reis y su sobrino Piri a las aguas españolas en 1501 (véase "Piri Reis y el mapa colombino", en esta publicación).

A los moriscos, junto con protestantes, judíos y gitanos, se les prohibió viajar a Hispanoamérica. Incluso los italianos de las posesiones españolas de Nápoles y Sicilia no eran bienvenidos. Se estableció una elaborada burocracia en Sevilla para filtrar a los presuntos inmigrantes; los controles eran complejos y muy lentos, y no era nada fácil obtener la codiciada licencia que facultaba para zarpar hacia el Nuevo Mundo. Una vez obtenidos, los permisos de viaje eran intransferibles y válidos sólo para dos años, pero viajar sin ellos era peligroso: la primera pena registrada por embarcarse sin un permiso fue de cuatro años en las galeras para culpables ordinarios y de diez años de exilio en Orán —el puerto argelino, entonces  ocupado por España— para las personas cualificadas. En 1607, una nueva ley instituyó la pena de muerte para los viajeros sin licencia. Leyes que estipulaban estos y otros castigos eran frecuentes a finales del siglo XVI y comienzos del XVII; su elevado número indica el alcance del problema. Gran número de "inmigrantes ilegales" encontró sin duda su camino hacia América.

Es imposible decir cuántos de ellos eran de ascendencia musulmana. Entre 1493 y 1600, 54.881 españoles emigraron al Nuevo Mundo, una cifra basada en documentos conservados y estudiados por Peter Boyd-Bowman, un especialista en lenguaje, comercio y demografía de la época. Podemos admitir, por los documentos extraviados y la inmigración ilegal, que la verdadera cifra fue tal vez alrededor de 100.000. De los 54.881emigrantes "legales", 1522 eran extranjeros —flamencos, alemanes, ingleses, griegos…— a los que, por motivos especiales, se había concedido licencias, como sucedió con Elias ibn Hanna (véase "El Nuevo Mundo a través de ojos árabes", en esta publicación).

Obviamente, puesto que era ilegal para los moriscos ir al Nuevo Mundo, no aparecen como tales en las listas de pasajeros en el archivo de Indias en Sevilla. Sin embargo desde tiempos muy tempranos, quizás desde los primeros viajes de Colón, varones y hembras moriscos son mencionados en las fuentes literarias. Beatriz La Morisca formó parte con Francisco Pizarro en la conquista de Perú, junto con Isabel Rodríguez "La Conquistadora". Para cualquier persona con determinación siempre hubo una forma de pasar al Nuevo Mundo, mediante el simple soborno o por medios más complejos. Un solo ejemplo mostrará cómo la iniciativa individual podría tener éxito para superar las normativas burocráticas.

Este relato ocurrió en la fascinante Historia de la villa imperial de Potosí, de Nicolás de Martínez Arzans y Vela, compuesta alrededor de 1705. En 1561, un tal capitán Giorgio Zapata, quien afirmó haber estado al servicio del duque de Medinaceli y del virrey de Sicilia, llegó a Potosí. Trabajando como aprendiz de un minero alemán —quien presumiblemente había sido admitido en Perú debido a su conocimiento especializado— descubrió una vena muy rica de plata que explotó durante 10 años en asociación con un hombre llamado Rodrigo Peláez. Zapata fue uno de los hombres más ricos en Potosí y por tanto uno de los más respetados.

Después de 15 años en Potosí —debió de parecerle toda una vida en aquel frío e inhóspito lugar— Giorgio Zapata decidió regresar a su país. Dio regalos a todos sus amigos y se despidió, llevando consigo 2.000.000 de piezas de ocho y 138 kilos (304 libras) de oro puro. Pero en lugar de navegar hacia España, Zapata fue a Estambul y se presentó ante el sultán Murat II. Resultó que Estambul era realmente su ciudad natal, y su verdadero nombre era Amir Çighala. Dio al sultán parte del oro que había traído de Potosí y se convirtió en Almirante de la flota. Posteriormente tuvo una exitosa carrera naval y más tarde fue nombrado gobernador de Argel.

Mientras tanto, su antiguo compañero, Rodrigo Peláez, se había retirado a España. En 1596, mientras estaba en Cádiz esperando un barco para Perú, el Inglés, dirigido por el conde de Essex, saquearon la ciudad y capturaron a Peláez. Vendido en primer lugar a un francés y luego, tras varias reventas, a un magrebí, Peláez finalmente se encontró en Argel, donde fue comprado por Kara Çighala, el hermano mayor de su antiguo compañero de Potosí. Los dos amigos se reunieron, y Amir Çighala contó a Peláez cómo había practicado secretamente el Islam durante 15 años en Potosí. Dos meses más tarde, envió a su viejo amigo de vuelta a España como un hombre libre, cargado de oro y otros regalos y una carta escrita en buen español "con algunas frases en árabe," relatando toda la historia.

Amir Çighala pudo estar relacionado con el famoso Yusuf Çighala-Zade, conocido como Sinan Pasha. El hijo del vizconde de Cicala, un noble siciliano al servicio de España que se había casado con una mujer turca, entró al servicio otomano y ascendió a las altas esferas, casándose después con dos nietas de Sultán Süleyman. Fue Gran Almirante de la flota otomana en 1591 y tomó parte en el exitoso asedio de Eğri en los Balcanes en 1596, cuyo principal objetivo era garantizar el control Otomano de las extensas minas de la región. Quizás Amir Çighala era su hermano menor.

El relato muestra la gran movilidad que caracterizaba los siglos XVI y XVII y cuán permeables eran de hecho las barreras tanto políticas como religiosas, a pesar de las intrincadas burocracias tan características de los Habsburgo de España y del Imperio Otomano. Amir Çighala puede estar lejos de ser un caso aislado, a juzgar por una narración que habla de 20 turcos que fueron "redimidos de cautiverio por Sir Francis Drake en las Indias Occidentales" y repatriados por orden de la reina Isabel I.

Por lo tanto, contando a Amir Çighala, por lo menos 21 turcos habían ido a América antes de 1586. Probablemente hubo otros. Es difícil formarse una idea clara del número de personas implicadas, sin embargo: Sólo cinco personas estuvieron ante la Inquisición en Lima durante el XVI y principios del XVII acusados de ser musulmanes "secretos". Por otro lado, requiere considerable sagacidad para Amir Çighala, un turco, pasar 15 años en Perú como un musulmán practicante secretamente sin despertar sospechas; la tarea hubiera sido mucho más fácil para los musulmanes que fueran también nativos españoles. Y es curioso que modas como la tapada, un mantón largo que cubría la mayor parte del cuerpo dejando sólo un ojo libre, desarrollada originalmente en Andalucía por las mujeres moriscas para eludir la prohibición del velo, acabaría siendo una prenda de moda en la Lima del siglo XVI y XVII.

De mucha más importancia que la presencia física en América de españoles de ascendencia islámica es la transferencia desde el Viejo Mundo al Nuevo de productos agrícolas y tecnologías asociadas elaborados originalmente en tierras musulmanas. Boyd-Bowman calcula que el 37,9% de los inmigrantes españoles al Nuevo Mundo entre 1493 y 1600 provenía de Andalucía; no es ninguna sorpresa que los cultivos que implementaron en su nuevo medio serían aquellos con los que estaban familiarizados. Los dos más importantes de estos fueron el azúcar (en árabe, sukkar) y el algodón (qutn), ambos introducidos en la Península Ibérica y el Magreb por los árabes.

Estos fueron los dos cultivos por excelencia de la Edad Media tardía. Después de las graves pérdidas de población en el siglo XIV debido a repetidos brotes de la peste negra, grandes extensiones de tierra en Siria y Anatolia, anteriormente consagradas al cultivo de cereales, fueron dedicadas al algodón. Gran parte era producido para la exportación hacia el oeste, para las enormes fábricas del norte de Europa, con los genoveses y venecianos actuando, como de costumbre, de intermediarios. La mayor industria del Imperio Otomano fue la producción de algodón —cultivo, hilado y tejido— tanto para el consumo interno como para la exportación. Esta floreciente industria comenzó a sufrir altibajos durante la década de 1650, cuando las telas de India comenzaron a inundar el Oriente Medio; finalmente sucumbió, en el siglo XIX, a los baratos géneros de algodón europeo elaborados a base de algodón americano.

El algodón no tenía que adaptarse al Nuevo Mundo; ya creció allí y es una de las pocas plantas que pudieron ser llevadas a América desde Asia en la remota antigüedad. A Colón le fueron ofrecidas bolas de algodón trenzado por los indios de las Bahamas y de Cuba en su primer viaje, y señaló que los indios sabían cómo tejerlo. Cuando los yacimientos de oro que habían mantenido la esperanza de los primeros colonos en la Española mermaron, como sucedió rápidamente, había que encontrar nuevas fuentes de ingresos. El tráfico ilegal de esclavos, la enfermedad y los trabajos forzados habían reducido considerablemente la población indígena. Cuando el rey Fernando murió en 1516, el cardenal Cisneros, regente de España, envió a un representante llamado Zuazo para informar acerca de la isla. Zuazo recomendó el cultivo de algodón y azúcar —incluso diseñando una temprana desmotadora de algodón— y sobre 1570 fue apareciendo en los mercados alemanes algodón proveniente de las Antillas y Brasil.

La producción de seda estaba en marcha en América Central, entonces llamada Nueva España, sobre la década de 1550. Aquí la población nativa tenía una larga tradición tejiendo y tiñendo, y la tela producida era comparable a las mejores que Europa pudiera ofrecer. Índigo y cochinilla estaban siendo producidos aquí en el siglo XVII, ambos cultivos extremadamente valiosos y ambos anteriormente producidos en tierras musulmanas y transferidos a Occidente.

El índigo es un tinte azul obtenido de las hojas de Indigofera tindoria; como su nombre indica, la planta se originó en la India. Se cultivó en una serie de lugares en tierras musulmanas, particularmente Juzistán, Egipto y Valle del Sous en Marruecos. El índigo, a diferencia de la mayoría de tintes naturales, no requiere un mordiente o fijador químico, lo que lo convirtió en más valioso aún. Fue ampliamente falsificado en la Edad Media, y los manuales del comerciante ofrecían detalladas instrucciones sobre cómo comprobar "el verdadero azul".

Elias ibn Hanna, el viajero árabe, observó el cultivo de índigo en San Salvador en el siglo XVII: "Toda persona tiene una parcela en la que crece índigo. Es tan alto como el trigo y algunos años crece a la altura de un hombre: en ese momento se había abaratado en México. Cuando llega la época de la cosecha lo recolectan, lo depositan en una gran caldera y lo hierven. En la caldera existen rodillos que agitan el agua. A continuación, lo vacían  en otra caldera y tres días más tarde ya está listo. Entonces forman con sus manos la pasta en bolas y las extienden al sol. Esto es lo que ellos llaman «cuajada de índigo» en nuestro país; de lo que queda en el fondo hacen «hoja de índigo»”.

En el Viejo Mundo, se obtuvo un tinte de color rojo brillante a partir de un insecto (Coccus cacti), que se reproduce en las hierbas Aeluropus litoralis y Aeluropus leavis. Las hembras de estos insectos se colectaban, secaban, machacaban y se usaban como un tinte, que tenía que fijarse con un mordiente. Esta era la verdadera cochinilla; sólo se producía en Armenia y el Norte de Persia, y era extremadamente cara. Un rojo menos brillante y más barato fue obtenido de otro insecto, Kermococcus vermilio, un parásito de la coscoja. Del mismo modo, el tinte era producido a partir del insecto hembra y el color era rápido. El segundo tipo, la "falsa cochinilla", se producía en la provincia de Sevilla y cerca de la ciudad de Valencia en tiempos de los árabes.

Al principio, en el Nuevo Mundo la cochinilla fue cultivada comercialmente en la región de Oaxaca. Aquí era un insecto distinto, Dactylopius coccus, y un huésped diferente, el nopal, una especie de cactus del género Opuntia, muy similar a la Opuntia indica, el llamado higo silvestre o chumbera. Este tinte era producido en México en tiempos precolombinos, entonces era conocido como nochezli, pero bajo el dominio de los españoles su producción fue comercializada, convirtiéndose rápidamente en una valiosa exportación a Europa, con Sevilla, el gran mercado de cochinilla para la industria textil europea. Este es un ejemplo fascinante de cómo una antigua materia prima del comercio de lujo oriental fue reemplazada por otra del Nuevo Mundo.

El azúcar fue el primer cultivo firme en el Nuevo Mundo. Colón trajo la caña de azúcar a las Indias Occidentales en su segundo viaje, así como otras plantas del Viejo Mundo, con el fin de observar cómo se comportarían en el nuevo ambiente. La lechuga no funcionó muy bien, pero el azúcar germinó en sólo siete días. Evidentemente, Colón estaba pensando en prósperas plantaciones de azúcar en las islas atlánticas, e incluso se ha sugerido que era la búsqueda de nuevas "islas de azúcar" lo que condujo en primer lugar a la exploración atlántica. Probablemente se trata de una exageración, pero la importancia del azúcar en los siglos XV y XVI fue grande y creciente; el azúcar era todavía un gran lujo y muy caro.

Las extensas plantaciones de azúcar de Andalucía, especialmente alrededor de Motril, habían sido particularmente productivas en los siglos XIV y XV, pero con la caída de Granada y la emigración de los moriscos la producción había disminuido. Lo mismo que la producción egipcia de azúcar que en el siglo XV llegó a su fin. De ese modo las plantaciones financiadas por los genoveses en Canarias y Madeira tenían el mercado expedito. El primer productor fue las Islas Canarias, y el sistema de plantaciones, riego, molinos, refinerías y mano de obra esclava proporcionaron el prototipo para la industria del azúcar de las Antillas en el siglo XVI.

Zuazo introdujo la producción de azúcar en La Española en 1517. Se instalaron molinos y refinerías —ingenios— con la ayuda de expertos traídos de las Islas Canarias; la tecnología era la que se desarrolló durante siglos en tierras islámicas. La Española tenía una gran ventaja sobre Andalucía, el Magreb y las Islas Canarias, y era su abundancia de combustible, necesario en cantidad para la elaboración del azúcar. De hecho, es posible que una de las razones para la disminución de la producción de azúcar en el Oriente Medio fue la deforestación que provocó la demanda de combustible de las tinas de azúcar. El problema de la mano de obra fue resuelto en La Española mediante la importación de esclavos negros de África occidental, sembrando las semillas de una repulsa contra la producción de azúcar que todavía hoy proscribe la industria de ciertas islas del Caribe donde podría ser exitosa.

Con la introducción de la industria azucarera en el Nuevo Mundo, otro producto que había sido tradicionalmente un virtual monopolio islámico y que ahora estaba siendo producido en un nuevo entorno fuera del mundo musulmán. En este sentido, el Nuevo Mundo se convirtió, en efecto, en las Indias que Colón había imaginado encontrar.


El historiador y arabista Paul Lunde, autor en todas las publicaciones de Aramco World, es un frecuente colaborador en revistas con unos 50 artículos en su haber durante las dos pasadas décadas, incluyendo secciones especiales impresas en lengua árabe y la historia de la Ruta de la Seda. Su exhaustiva investigación sobre esta cuestión se llevó a cabo en Sevilla, Roma, Londres y Cambridge, y escribió desde su base en el barrio sevillano de Santa Cruz, a un tiro de piedra de la catedral de la ciudad —anteriormente una mezquita— y de los Reales Alcázares, el complejo del Palacio Moro, que sigue siendo hoy una de las residencias de los reyes cristianos de España.

Este artículo apareció en las páginas 38-41 de la edición impresa de Saudi Aramco World, correspondiente a mayo/junio de 1992.

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