Moros, moriscos y turcos de Cervantes

Rodrigo Cacho Casal
University of Cambridge
                       
Ensayo crítico sobre la obra:

Francisco Márquez Villanueva
Moros, moriscos y turcos de Cervantes
Barcelona: Edicions Bellaterra, 2010. 465 pp. ISBN: 978-84-7290-498-9.

From:
Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America
Volume 31.1 (Spring, 2011) 196-204  
© 2011, The Cervantes Society of America



Uno de los episodios más misteriosos y novelescos de la vida de Cervantes es el que abarca sus cinco años de cautiverio en Argel (1575-1580). La imagen  de un soldado heroico, firme ante la adversidad y dispuesto a arriesgar la vida a cada paso para escapar de su prisión y volver a España, se ha reiterado en numerosas páginas de biografías y ensayos críticos sobre el autor del Quijote, además de ocupar una parte importante del imaginario colectivo cervantino que se ha ido construyendo a partir del siglo XVIII. Por otra parte, la etapa argelina está directamente relacionada con un elemento fundamental de la obra de Cervantes: su fascinación por el mundo islámico. La presencia notable de temas, personajes, cuestiones y motivos orientalistas en las comedias,  Novelas ejemplares, Quijote y Persiles se ha solido explicar como una respuesta a sus experiencias en Argel, entre árabes, renegados y cautivos. El tema ha sido analizado, entre otros, por Albert Mas, Ottmar Hegyi, María Antonia Garcés y, hace ya más de treinta años, por Francisco Márquez Villanueva en su Personajes y temas del Quijote (77-146; 229-335).

El nuevo libro de Márquez Villanueva ofrece una revisión global de todos estos aspectos, retomando el hilo de dichos estudios, pero, a su vez, partiendo de cero. Moros, moriscos y turcos de Cervantes empieza en una galera en Lepanto y acaba en una venta de la Mancha, entrelazando en su discurso la biografía del escritor, el contexto histórico español y europeo y la tradición literaria para reconstruir uno de los aspectos clave de Cervantes, quien “vive toda su vida en la poesía pendiente de una problemática presencia del moro” (320-21). Sin embargo, el libro dista mucho de ofrecer una sencilla lectura biographico modo de sus escritos a la luz de sus vivencias personales, dado que entre ambos se instaura un diálogo de interrelaciones mucho más elaborado que tiene como motivo conductor el análisis del pensamiento y del arte cervantinos.

El trabajo de Márquez Villanueva se organiza en cuatro capítulos que, en líneas generales, siguen un orden cronológico: Cautiverio (pp. 15-74), Novela (pp. 75-149), Moriscos y turcos (pp. 151-221) y Expulsión (pp. 223-311). Estos cuatro capítulos van precedidos de un índice (pp. 9-10) y un breve prólogo (pp. 11-14), y se cierran con un Ultílogo (pp. 313-22). Los dos primeros capítulos, Cautiverio y Novela, vuelven sobre los años de prisión en Argel para intentar explicar por qué “de cara al Islam, Miguel de Cervantes constituye un caso especial y nada fácil de encasillar, pues no es en ningún momento un resentido, un tránsfuga religioso ni un colonizado cultural” (16). Para ello, el estudioso se sirve de la Topographía e historia general de Argel (1612), publicada por Diego de Haedo, pero escrita por su sobrino, Antonio de Sosa; y de los documentos conocidos con el nombre de Información de Argel. Ambos textos han sido empleados profusamente por la crítica, que Márquez Villanueva maneja con erudición y fluidez, pero de la que, al mismo tiempo, se desmarca para llevar a cabo una nueva lectura de estas fuentes. En concreto, ofrece una contextualización de estos testimonios dentro del marco hispano-mediterráneo de finales el siglo XVI, prestando especial atención a la batalla de Lepanto y a las relaciones entre Europa y el imperio otomano. El autor reconstruye las posibles experiencias de Cervantes durante su cautiverio, considerando aspectos como su aprendizaje del árabe y del turco, de las costumbres sociales y religiosas de sus carceleros, y de la extraña “república al revés” que debió ser Argel en aquel entonces, en la que encontraría “una perenne incitación a calibrar realidades contrapuestas, a la revisión de convicciones y desvalores” (29). Como sugestivamente apunta Márquez Villanueva, en la ciudad argelina Cervantes conoció la diversidad en todos sus matices y vivió lejos de los prejuicios sociales hispanos, codeándose con gente de rango superior. Además, pudo probablemente desarrollar “una medida actividad literaria” y tener contacto con “poetas y escritores españoles e italianos” (33). En muchos sentidos, pues, “es muy posible que Cervantes no se sintiera nunca más libre (o bien menos oprimido) que en aquellos años de proclamado cautiverio” (78).
                         
Las páginas dedicadas a presentar una nueva lectura de la Información de Argel resultan especialmente sugerentes (75-99). A través de ellas, el estudioso  profundiza en la personalidad de Cervantes, que destaca por su cordialidad y amable trato con todos (76-78). Junto con ello, los testimonios aducidos en este texto le permiten a Márquez Villanueva rechazar con contundencia las hipótesis, a veces avanzadas por la crítica, de que el autor hubiera caído en la apostasía o tenido relaciones homosexuales (la así llamada garzonía). En este contexto, se señala como gran enemigo de Cervantes el doctor Juan Blanco de Paz, cuyas delaciones y maquinaciones contra él son analizadas de forma amena y detallada (80-85). El estudio, sin embargo, no deja de señalar que la Información fue un documento dirigido y manipulado por Cervantes, con miras a dejar una imagen impecable de sí mismo y poder así borrar las posibles disfamaciones de las que habría sido objeto por delatores y, sobre todo, por Blanco. Hay, pues, algo de ‘literario’ en este texto que lo acerca a los varios álter ego poéticos que se hallan en comedias como El trato de Argel o la novela del Cautivo del Quijote (86-92; 99-106). En este sentido, Moros, moriscos y turcos de Cervantes no sigue sólo un enfoque histórico y biográfico, sino que tiende numerosos puentes entre estas obras cervantinas y la tradición literaria. Comedias como El trato de Argel o El gallardo español son puestas en relación con la maurofilia española, que tiene a uno de sus ejemplos más destacados en el Abencerraje (54-60); y, a su vez, la novela de El amante liberal  se enfoca a través de su dependencia e innovación con respecto a Boccaccio y sus continuadores, y hasta al mundo oriental de Las mil y una noches (60-74).

Por lo que se refiere al Quijote, el personaje de Zoraida se estudia a la luz del folklore, del motivo de la ‘mujer liberadora’ y de los novellieri, dejando también un penetrante análisis de la conflictiva caracterización psicológica de esta mora renegada y de su matrimonio de interés con el Cautivo (107-27). La lectura de Márquez Villanueva se opone al supuesto idealismo de esta historia intercalada, poniendo en evidencia el pragmatismo y el malestar de esta pareja de enamorados cultural e ideológicamente tan alejados, más allá de su idilio sentimental. Este episodio ni es autobiográfico ni ejemplar, y en muchos aspectos rompe con la verosimilitud tal y como la entendía la poética neoaristotélica (121-49). Los personajes cervantinos se resisten a amoldarse a cauces prefijados, y, por momentos, se despegan poderosamente del texto y  parecen tomar cuerpo con sus conflictos y contradicciones. Esta polémica relectura de los preceptos clásicos es algo que relaciona indudablemente a Cervantes con autores como Rabelais, Montaigne o Folengo, y que queda plasmada sobre todo en la figura del historiador narrador Cide Hamete Benengeli, fiel reflejo de “una cultura literaria capaz ya de reír de sí misma” (130). En el segundo capítulo se señala la posible deuda de esta creación cervantina con las Epístolas familiares de Antonio de Guevara, donde se emplea el recurso del manuscrito encontrado con unas características que recuerdan el Quijote. Pero, ante todo, lo que predomina es la originalidad del historiógrafo arábigo, cuyos disparates suponen “una forma de someter a piedra de toque las doctrinas más arduamente básicas de la renacida Poética neoaristotélica” (140). Su matriz burlesca le asocia especialmente con la tradición bufonesca, idea muy relevante que queda apuntada y que quizás podría haberse desarrollado un poco más (140-49).

El tercer capítulo, Moriscos y turcos, se vuelca en el contexto político e ideológico europeo, prestando especial atención a las consecuencias del Concilio de Trento en España y a la problemática difusión del maquiavelismo-tacitismo. Dentro de este marco se introduce el debate sobre los moriscos de España, desde sus orígenes a finales del siglo XV hasta la expulsión de 1609-1614 (151-87), lo cual ya había ocupado a Márquez Villanueva en su libro sobre El problema morisco (1991). En concreto, el crítico se detiene en la figura y en los arbitrios de Pedro de Valencia, discípulo aventajado de Benito Arias Montano, y establece un itinerario ideológico que vincula la “utopía humanístico-cristiana” (174) de estos autores en una trama que va desde Erasmo a Cervantes, pasando por Justo Lipsio. De hecho, el autor del Quijote “asume una misma base religioso-moral de signo Montano-Valencia para la «pequeña utopía» que ha de inspirar el gobierno insulano de Sancho” (175). Esta deuda se aprecia también en la postura de tolerancia cervantina relativa a los moriscos, cuyo punto de partida estaría “cercanamente moldeado por las ideas de Pedro de Valencia” (178), tal y como las desarrolló en su Tratado acerca de los moriscos de España, ‘arbitrio’ manuscrito que dirigió al confesor real Diego de Mardones en 1606. La tesis que debió dejar una huella mayor en Cervantes fue la de la permistión o matrimonios mixtos, que éste pone en práctica en la comedia La gran sultana (187-214). Como Valencia, el poeta cree que la posible solución a la cuestión morisca es la de la integración a través de las uniones interraciales, que, de hecho, sirve para dar un desenlace feliz a su pieza teatral. Catalina de Oviedo es interpretada no como una figura trágica o patética, “sino como foco de amor y conciliación” (196). Todo ello implica que La gran sultana no es una mera bufonada o comedia fallida, como ha sido interpretada en algunas ocasiones, puesto que en realidad se propone “abrir nuevos y hasta radicales caminos al discurso del problema morisco” (206). La tesis de una supuesta relación entre Valencia y Cervantes resulta desde luego muy interesante, y ofrece una perspectiva novedosa para acercarse a obras como La gran sultana, pero cabe también señalar que el análisis de esta comedia no resulta siempre suficientemente detenido y que termina por quedar algo desconectado del apartado que le sigue donde se estudia el Coloquio de los perros (214-21), texto que, en principio, parece ir en contra de la tesis de un Cervantes a favor de la integración de los que Berganza apoda de “morisca canalla” (Novelas ejemplares 722). La respuesta a esta aparente contradicción, según Márquez Villanueva, se halla en una lectura irónica de este pasaje de la novela, en el que las críticas excesivas del perro serían una muestra de la ironía cervantina, que pone en su boca prejuicios racistas tan sólo para contradecirlos. Se trataría en efecto de un sofisma que la lógica tradicional clasificaría de Dictum de omne, dictum de nullo (217). Un caso paralelo sería el de La gitanilla, que se abre con esta lapidaria (pero en realidad irónica) sentencia: “Parece quelos gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones” (Novelas ejemplares 89). Desde este punto de vista, Cervantes estaría desarrollando un magistral ejercicio de epideixis o elogio paradójico, equivalente al del Encomio de la locura de Erasmo (220), lo cual permite además fechar el Coloquio “entre 1609 y 1613, es decir, una vez consumada la expulsión y a manera de sutil juicio póstumo sobre la misma” (219).

La datación del Coloquio es indiscutible, puesto que parece casi seguro  que el diálogo entre Berganza y Cipión deba considerarse como “una cómoda  profecía ex post factum” (219). Con ello, Márquez Villanueva aporta un importante elemento de análisis que enriquece la lectura de esta novela cervantina y que la pone en relación con otro episodio clave del Quijote: el encuentro entre Sancho y Ricote (2.54). Esta cuestión ocupa el cuarto capítulo del libro,  Expulsión, y supone a la vez la conclusión y la culminación de sus teorías  sobre Cervantes y el mundo islámico. Se trata de un análisis penetrante que  relaciona la figura del vecino de Sancho con los problemas desencadenados  por la expulsión de los moriscos del valle de Ricote, así como los panfletos  partidarios de la solución final que se redactaron en las primeras dos décadas del XVII y la reacción cervantina ante ellos (223-278). Cervantes estaría  muy al tanto de las polémicas suscitadas por estos acontecimientos y tendría,  además, informaciones privilegiadas gracias a sus amistades y relaciones con  personajes como el secretario del duque de Saboya, Juan de Urbina, que fue  amante de su hija Isabel. El cuadro trazado por Márquez Villanueva es abarcador y presenta muchas ideas que aclaran puntos oscuros de la vida y de la  obra del escritor. La mayoría de éstas terminan confluyendo en el episodio de  Ricote donde, como en el caso del Coloquio de los perros, el poeta estaría siguiendo una técnica “sólo un paso más acá de la adoxografía paradójica” (229),  poniendo en boca del morisco una alabanza de la expulsión, que define como  “gallarda resolución” (Quijote 963) de Felipe III. En realidad, lo que hay detrás  de estas palabras es ironía y una postura francamente adversa a la intolerancia  racial y religiosa, que se halla reflejada también en el elogio de la libertad de  conciencia que ofrece Ricote en su diálogo con Sancho y que muestra a un  Cervantes defensor de los derechos humanos (260-70).

Sin embargo, hay otros casos en las obras del escritor que no encajan  demasiado fácilmente con los planteamientos de Márquez Villanueva. Por  ejemplo, es bastante llamativo que al llegar a Valencia a un “lugar de moriscos”  (550) los peregrinos del Persiles se topen con una acogida tan calurosa como  hipócrita por parte de un anciano morisco, lo cual le lleva a Antonio a contradecir esos lugares comunes de los que, en principio, Cervantes se habría mofado en las Novelas ejemplares y el Quijote: “Yo no sé quién dice mal desta gente, que todos me parecen unos santos” (550). Aquí el autor se está oponiendo  sin subterfugios a los tópicos negativos que circulaban sobre los moriscos para, acto seguido, confirmarlos. Rafala, la hija del anciano, admite que ella es una  morisca que profesa la fe católica y que su padre está aliado con los “cosarios berberiscos” (551) y que su intención es la de asesinarlos y quemar la iglesia del  pueblo. Será el tío de Rafala, Jarife, “moro sólo en el nombre y, en las obras, cristiano” (552), quien los salvará, no sin antes haber celebrado en profecía “el gallardo decreto” (554) de la expulsión de los moriscos. En este caso el sofisma  del Dictum de omne, dictum de nullo o el discurso adoxográfico no parecen  funcionar, y, por lo tanto, es preciso buscar otras posibles explicaciones para justificar este episodio del Persiles. Es por ello que resultan un tanto escuetas  y apresuradas las páginas que se le dedican en el libro de Márquez Villanueva  (283-89), donde el problema se solventa afirmando que el discurso de Jarife es el de “una mente confusa” (284), y que el “episodio del Persiles no significa quiebra, sino mera inflexión discursiva o juego” (286), pues, en realidad,  “confirma por vía contraria las tesis de Pedro de Valencia” (288). Según esta  regla de tres, Cervantes siempre defiende a las minorías desfavorecidas y, en  concreto, a los moriscos, ya sea por activa o por pasiva.

El mismo caso de Ricote está poco claro. El hecho de que el morisco se  haya asociado con unos alemanes borrachos y hedonistas, que bajo el disfraz  de peregrinos vienen a España a sacar provecho de la caridad ajena para llenar la barriga no parece dejarlo en una posición demasiado feliz. La libertad de  conciencia de los alemanes está a un paso de ser inmoralidad, y resulta un tanto oscura la actitud de Ricote, “codicioso” (965) por recuperar el dinero que  tiene escondido en su pueblo y por comprar los favores de Sancho. Así como  resulta llamativo que Cervantes emplee expresiones negativas muy semejantes en sus obras para referirse a los moriscos: “España cría y tiene en su seno  tantas víboras como moriscos” (Novelas ejemplares 723), “criar la sierpe en el  seno, teniendo los enemigos dentro de casa” (Quijote 963), “como el que arroja de su seno la serpiente que le está royendo las entrañas” (Persiles 553). Cabe  recordar que para el mismo Pedro de Valencia, más allá de su tolerancia, los  moriscos representan una seria amenaza, “siendo tan notorio el odio capital  que nos tienen y tan grande el riesgo en que el Reino está por ellos” (Tratado 97). La postura de Cervantes ante la expulsión resulta cuando menos ambigua, y uno de los grandes méritos de Márquez Villanueva es el haber puesto  en evidencia su complejidad.

El escritor se inscribe en una cosmovisión inevitablemente hispana, imperialista y no exenta de prejuicios raciales y religiosos, pero, por encima de  ello y de los estereotipos, para él lo que hay son sobre todo casos individuales, personas con sus virtudes y sus defectos que terminan contradiciendo las supuestas normas o cánones preestablecidos. Pocos críticos han sabido captar esta profundidad como Márquez Villanueva, quien la ha analizado durante  muchos años hasta llegar a perfilarla en una síntesis como la que recoge en  Cervantes en letra viva: “De un modo enfático, Cervantes no escribe nunca eso que mucho después se llamaron obras ‘de tesis’. Su lección ha sido únicamente la de recordar la complejidad insondable del fenómeno humano y  la imprudencia de querer abarcarlo bajo ningún apresurado ni unívoco acercamiento doctrinal” (97). Desde este punto de vista, lo que posiblemente le  molestaría más a Cervantes no fue la expulsión en sí, sino la terrible simplificación que ésta suponía al poner en un mismo saco a tanta gente entre la que habría personas fieles a la Iglesia y al rey como Rafala y el mismo Ricote, cuya  degeneración moral y personal ha sido causada por un edicto promulgado  demasiado a la ligera que le ha llevado a él y a varios españoles de origen morisco a caer en brazos de “cosarios berberiscos” o alemanes protestantes. Negar  la tolerancia de Cervantes es, quizás, tan simplificador como quitarle importancia al valor que éste atribuía a conceptos como los de patria y fe. No hay  que olvidar que todavía en 1614, más de cuarenta años después de la batalla  de Lepanto, el arcabucero que se enfrentó a los turcos y perdió el uso de una mano decía que ésta había sido “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” y que “quisiera antes haberme  hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella” (Quijote 543). Resulta muy difícil leer estas líneas con el  menor atisbo de ironía, así como dudar que los planteamientos de Cervantes  sobre el mundo islámico son múltiples y diversos, y que en ocasiones no  estarían exentos de ciertos inevitables prejuicios. De lo contrario, se corre  el riesgo de seguir perpetrando el mito que, según ha explicado Canavaggio, ve a Cervantes siempre e inevitablemente como un “receptáculo de todos  los saberes o en parangón de todas las virtudes” (2003: 420). No obstante, como defiende Márquez Villanueva, sería igualmente empobrecedor intentar  encasillarlo en un marco ideológico al uso, puesto que, por ejemplo, no tuvo reparos en contar su obra maestra a través de la voz de Cide Hamete, “autor arábigo”, y representante de ese grupo de “nuestros enemigos” (Quijote 88).

El trabajo de Márquez Villanueva supone una valiosa aportación, que  llena un hueco muy importante en el cervantismo y ofrece una relectura  abarcadora, inteligente y muy sugestiva de Cervantes y su obra. En pocos  estudios se ha tratado el tema del influjo del mundo islámico en el autor del  Quijote con tanta riqueza de matices históricos, biográficos y literarios. Moros,  moriscos y turcos de Cervantes es una obra sólida de uno de los más grandes  cervantistas españoles que, fiel a sus ideas, se ha movido durante toda su vida  entre mundos, lenguas y culturas diferentes. Esta búsqueda intelectual no se  ha detenido delante de ninguna idea recibida ni de los muros ideológicos del  mundo académico español que, desde muchos puntos de vista, sigue anclado  a prejuicios de vieja estampa. En este sentido, su libro propone una revisión del pensamiento cervantino y, a su vez, una invitación a las nuevas generaciones de hispanistas para que rompan el cerco de lo ‘preestablecido’ y para que  abran nuevos cauces mirando al pasado con renovado ojo crítico. Su estudio  no es tan sólo un análisis centrado en Cervantes, sino también un elogio  de la libertad intelectual, y en él se destaca tanto lo que todavía queda por  hacer como lo que es preciso empezar a deshacer. De estas páginas sobresale  la figura de un escritor y un pensador complejo, humano y renovador. Sus  contradicciones, aparentes y reales, son cada día más palpables precisamente  gracias a trabajos como los de Márquez Villanueva, quien nos invita, hoy más  que nunca, a sumarnos a la “Poética de la paradoja” (316) de Cervantes. Sería  una verdadera lástima no aceptar su invitación.

                         
Obras citadas
·       Canavaggio, Jean. Cervantes. Trad. M. Armiño. Madrid: Espasa Calpe, 2003.
·       Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. F. Rico. Madrid: Real Academia  Española, 2004. Novelas ejemplares. Ed. J. García López. Barcelona: Crítica, 2005. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Ed. C. Romero Muñoz. Madrid: Cátedra, 1997.
·       Márquez Villanueva, Francisco. Cervantes en letra viva: Estudios sobre la vida y la obra.  Barcelona: Reverso, 2005. Personajes y temas del Quijote. Madrid: Taurus, 1975. El problema morisco (desde otras laderas). Madrid: Libertarias, 1991.
·       Valencia, Pedro de. Tratado acerca de los moriscos de España. Ed. R. González Cañal. Introd. R. Carrasco. Obras completas. Vol. 4. León: Universidad de León, 1999.  13-139.



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